14 de noviembre de 2010

















Llueve y llueve. Las gotas caen a toda prisa como si lo único que quisieran fuese llegar al suelo. Una detrás de otra, cada una con una forma. Producen un sonido molesto para algunos y hermoso para otros. En la distancia, las gotas se convierten en una neblina gris que impide ver los altos edificios.
Estas pequeñas viajeras chocan con los cristales, con los coches, los paraguas y con algunas personas despistadas que corren a refugiarse del chaparrón.

Soy una gota pero a diferencia de las demás yo no paro de caer, no choco con nada ni con nadie, solo caigo. Aislada de todas las demás, parece que soy la única. Pero no es verdad, todos en esta vida, en algún momento, nos convertimos en gotas que solo saben caer hasta que, por fin, llegamos a aquel charco grande y oscuro; nos levantamos y nos damos cuenta de que estamos empapados, en condiciones lamentables, llenos de barro y con las rodillas y las manos doloridas....lo que no sabemos es que volveremos a ser gotas una y otra vez.

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