Puedo oír perfectamente el romper de las olas entre el silencio de la noche. Lo único que consigo ver con claridad es el mar y el reflejo de la luna en él. Ella es su fiel amante. Los dos se funden todas las noches. La dulce brisa hace que me estremezca e incluso tiemble además la tumbona no ayuda precisamente, ya que esta congelada. Me pego las rodillas al pecho y apoyo mi barbilla sobre ellas en un intento por guardar mi calor corporal. La playa esta desierta, al igual que las calles. Una sensación de soledad invade mi cuerpo, una sensación nada desconocida para mi. Cierro los ojos, dejo que la brisa acaricie libremente mi cara y juegue con mi pelo y una tímida lágrima recorre mi fría mejilla.
-Te debes estar quedando helada.
Doy un respingo y pongo los ojos en blanco al reconocer la voz. Me seco rápidamente las lágrimas.- Tenías que ser tu....- susurro a regañadientes.
Ryan Horby. Nos conocimos al comienzo del campamento. El chico más idiota, engreído y egocéntrico del mundo. Vale que tiene de lo que presumir, pero a mi me resulta odioso. Es un crack en todos los deportes, moreno de 1'87 con los ojos azules y toda la cara llena de pecas que aniñan sus rasgos cuadrados. Por no hablar de su cuerpo perfecto y su éxito entre las chicas...y los chicos.
Como he dicho antes, ODIOSO. Todos quieren ser su mejor amigo y todas su novia (ahora mismo no sé quien resulta más odioso, si él o ellos). Pero hace unos días vi una parte de Ryan que no me habría imaginado nunca. La semana pasada le llamó su padre mientras cenábamos y estuvieron discutiendo un buen rato. Después de colgar él salió despedido del comedor dando un portazo. Antes de dormir, me escapé (como siempre) a mi lugar secreto aunque ya no era tan secreto. Cuando llegué a lo alto de la colina, desde donde se ve el mar y se divisan perfectamente todas las estrellas, distinguí su silueta sentado mirando al horizonte.
-Si retrocedo y vuelvo al campamento pareceré idiota pero si me quedo tendré que hablarle y no sé de que.- pensé en voz alta, lo suficientemente alta para que Ryan me oyera.
-Te vas a quedar ahí toda la noche, pelirroja? .- dijo mientras dejaba caer su espalda sobre el césped.
Odio que me llame así. Odio como suena de sus labios. Además, empezó a llamármelo después de haber estado escuchando una conversación que tuve con mis amigas en la que les confesaba que desearía haber nacido pelirroja.
Llegué hasta su lado gruñendo y mascullando. El césped estaba fresco y suave. Cuando llevábamos varios minutos el uno al lado del otro sin mediar palabra, decidí tomar la iniciativa.
-Se te veía algo cabreado en el comedor.
-Sabes, no es fácil ser yo.- dijo tras unos minutos de silencio.
-JA! Ya estamos otra vez...- comenté negando con la cabeza.
-Todo el mundo espera demasiado de mí. Todos esperan que sea gracioso, divertido, encantador, que saque buenas notas y sea el mejor del equipo... ¡Algunos incluso me echan en cara que si el equipo pierde es por mi culpa! Siempre están con lo mismo: "Esto no es propio de ti, Ryan." o "No te esfuerzas lo suficiente"...- su tono de voz era distinto, más serio, no estaba bromeando como de costumbre.- Mi padre...- la voz se le rasgaba y le temblaba. Estaba llorando.- Mi padre espera que consiga una beca deportiva para la universidad y llevo dos partidos sin jugar porque no consigo concentrarme en nada...él no entiende que no sea perfecto...
Dejé caer mi espalda hacia atrás con cuidado. Los dos estábamos tumbados. Ryan se tapaba los ojos con el brazo para ocultar las lágrimas así que decidí no mirarle para no incomodarle. En ese momento, estando tan cerca, bajo aquel cielo tan bonito, mi corazón comenzó a acelerarse y sentí algo que preferí ocultar.
-Cuando era pequeña mi abuelo me contaba muchas historias. Había una que siempre me ha encantado. Hace muchos años hubo un hombre que se enamoró de una estrella caída. Aquel hombre encontró a una joven de cabellos dorados en medio de un campo de margaritas. La acogió en su casa y la cuidó. Tras un tiempo en la Tierra, la joven se enamoró del hombre y del pueblo en el que vivían y decidió contarle de donde venía. Pero una noche, el cielo reclamó aquello que le pertenecía y ella desapareció sin despedirse. Aunque eso no paró al hombre, así, todas las noches subía a lo alto del granero y desde allí la observaba resplandecer. Cuando él murió, el cielo pensó que tal muestra de amor debía ser recompensada y le convirtió en estrella.- hago una breve pausa.- Ves esas dos estrellas de allí que están tan pegadas, son la joven y el hombre.- mientras señalo con el dedo a una zona del cielo.- Pidió a las demás estrellas que los rodearan para que así siempre estuvieran juntos.
-Guuaauuu....!! Tu abuelo era increíble pero...exactamente ¿por que me has contado esto?
-Pensé que te vendría bien distraerte un poco.- dije mientras intentaba ocultar mis mejillas coloradas.
Comenzamos a reír y Ryan volvió a meterse conmigo. Me alegró mucho verle sonreír de ese modo. Los días siguientes fueron raros. Me seguía tratando igual pero me miraba distinto y sospechosamente, coincidíamos todas las noches en la colina...se convirtió en "nuestro" lugar secreto.
Desde aquel día no sé muy bien qué pensar de él. Tenerle al lado me irrita pero a la vez me agrada y saber que esta aquí, me ha puesto algo nerviosa.
-Si vienes a reírte de mí o algo por el estilo, ahorratelo y vete. No estoy de humor.
-Cuando quieres eres bastante borde, ¿sabes?.- oigo sus pasos acercarse.- Además, no vengo a molestarte solo a darte calor, idiota.- Se sienta detrás de mi, dejándome entre sus piernas junto con la tumbona. Comienza a hundir sus pies en la arena.
-No necesito calor y menos el tuyo, estoy bien. Gracias.- en tono borde y tajante.
Al instante, unos brazos me rodean y me cierran una cremallera, dejándome dentro de la chaqueta y demasiado cerca de él.
-¡Pero que haces! ¡Suéltame!.- Grito mientras me revuelvo.
-Estate quieta o me darás de sí la chaqueta.- dice mientras me abraza impidiendo que me mueva. Y me muestra su mejor sonrisa.
Apoya su barbilla en mi hombro y me mira de reojo. ¡Es increíble! Me ha encerrado aquí dentro con él y para colmo, el muy cerdo, no lleva camiseta...su pecho esta caliente...siento los latidos de su corazón en mi espalda. Va algo acelerado. Él también está nervioso.
-Te odio...- digo mirándole de reojo. Ryan se limita a volver a sonreír y en ese momento me doy cuenta de que mis mejillas arden.
Estamos así durante un rato. Ya he entrado en calor y he dejado de temblar aunque ahora se me ha quedado un pie dormido. Me muevo intentando reanimarlo pero no hay manera.
-¿Vas a intentar huir de nuevo?
-No, idiota, se me ha quedado el pie dormido.- Se empieza a reír a carcajadas cosa que a mi me cabrea un poco.
-Anda, deja de mirarme con esa cara de odio, yo no tengo la culpa de lo de tu pie.- dice entre risas.
-¡Como que no! Si no estuviera aquí metida sin poder moverme no se me habría quedado dormido.
-Sí, pero habrías muerto de frío.
-Prefiero el frío a esto...
-Vale, vale, te suelto, pero no huyas.- Desabrocha la cremallera con cuidado.- Ya esta, eres libre.
Me pongo de pie y empiezo a sacudir el pie mientras Ryan se ríe sin parar. Cuando consigo recuperar mi pie, me vuelvo hacia él y me siento de rodillas en el hueco entre sus piernas.
-Pero, ¿quién te crees que eres? ¿Quién eres tu para retenerme aquí pegada a ti? ¿Te crees guay por esto? ¿Es tu forma de conquistar?.- Poco a poco su expresión va cambiando y deja de reírse conforme ve que estoy realmente enfadada.- Me sacas de quicio...Eres como un crío que se aburre y necesita un juguete con el que divertirse. Pues yo no soy el juguete de nadie, ¿entiendes? No soy una más. No soy como todas esas estúpidas animadoras que se mueren por tus huesos. Me da igual lo que ocurrió en la colina, te odio, me pareces un niñato engreído y egocéntrico. Un verdadero hipócrita. Una farsa. Un mentiroso.- Cojo aire y me doy cuenta de lo que he hecho al ver su expresión...me he pasado...le he hecho daño.- Ryan, lo siento...no debería...
-No.- Interrumpiéndome.- Tienes razón. Nada de lo que has dicho es mentira pero...mientras hablabas no has desviado la mirada de mí y eso nunca te había visto hacerlo.
Mis mejillas vuelven a arder. Tiene razón, siempre miro hacia otros lados cuando hablo porque me da vergüenza mirar a los ojos.
-Es porque estaba cabreada.- digo dándole la espalda
-No mientas a un mentiroso.- No puedo evitar soltar un risa de desesperación.- Sabes, no consigo entender una cosa, ¿cómo una chica tan sonriente puede ser siempre tan borde?
-Es mi escudo. Mi forma de alejar un poco a los demás.
-Como los erizos, ¿con pinchitos por fuera pero blanditos por dentro?.- se ríe de nuevo.
El silencio se apodera de nosotros. Sus brazos me rodean la cintura y vuelve apoyarse en mi hombro.
-Tengo otra pregunta, ¿Por qué aunque te rías tus ojos siguen pidiendo a gritos unos brazos en los que llorar durante horas?
Al oírle me quedo paralizada. Sus palabras resuenan en mi cabeza. De mis labios solo sale un "yo" ahogado. No puedo articular bien las palabras. Mi corazón comienza a acelerarse. Está consiguiendo romper mi escudo. Está entrando en mi fortaleza y no puedo permitírselo porque si lo hago lo destruirá todo. Le quito los brazos de mi cintura y salgo corriendo, pero como no, Ryan me sigue y consigue alcanzarme sin problemas. Me agarra la muñeca.
-Lo siento, si he dicho algo que no...no quería...lo siento.
-¡Déjame!.- me suelto bruscamente.- Tu no sabes nada de mí así que aléjate, vete, vuelve con tu grupito de fans. Me da igual lo encantador que seas o lo a gusto que este contigo.- Las lágrimas caen en la arena.- Siempre ocurre lo mismo. Todo es bonito hasta que se acaba y vuelvo a quedarme sola. Ya me lo han hecho antes y me prometí a mi misma que no volvería a dejar que nadie me hiciera daño. Por eso soy borde. Porque he sufrido demasiado y porque no lo aguanto más...no puedo más...no puedo.- Mis piernas fallan y me dejo caer de rodillas sobre la fría arena. Me tapo la cara con las manos y me derrumbo.
Ryan no dice nada. Se sienta rodeándome con sus piernas. Me abraza con todas sus fuerzas en silencio. Me acaricia el pelo y me vuelve a rodear con su chaqueta. Le estoy llenando el pecho de lágrimas. Le abrazo e intento tranquilizarme.
Se separa un poco y me alza la barbilla. Sonríe de oreja a oreja.
-Estas hecha toda una llorica, pelirroja. Menudos pulmones tienes.- apoya su frente contra la mía y me mira sonriendo.
Es posible que dejarle entrar sea un error y que con el tiempo mi fortaleza se destruya pero se puede levantar otra. Lo que si es seguro es que no volveré a llorar sola...Ah! y que siempre hay que llevar una sudadera, por si hace frío.
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